—¡Jajajajaja! Acá se han visto unas cosas en este liceo, si supieras. Nuestros muchachos son conocidos por toditos.
—¡Ay, chico…! Me recordaste a Lorenzo.
—Justo yo pensaba en él en estos días, vale. Ya se va a cumplir un año, ¿no?
—¿Qué le pasó a Lorenzo?
—¿No lo conociste?
—Ay, que en paz descanse —y se persignaba—. Todavía recuerdo que me había dicho que yo tenía que darle clases. Que no me podía ir del liceo sin haberle dado clases. Pobre muchacho…
—Mira, ven acá. Lorenzo era uno de esos muchachos callaíiiiitos que no molestaban en clase…
—Era amigo de mi hijo. Estudiaron desde uff, hace tiempo. Y un día le pregunté a Rubén qué pensaba de él y me dijo que era un nulo… Así, que era un nulo.
—Bueno… Pasa que el pobre muchacho era medio amanerado, ¿sabes? Y los muchachos acá no esperan ni una para meterse con los maricos. Es más, el único que se ha dado a respetar…
—Es Daniel, chamo. Ese pana desde el primer día dijo que era marico y que si tenían algún problema que los esperaba en la salida.
—¿En serio dijo eso? Yo siempre lo vi tan social que creía que no se metían con él por eso.
—No vale, chica. Ése amenazó hasta con unos golpes a Antonio, el muchacho ése alto de quinto año. ¡Bueno! A Lorenzo le estaban quedando muchas materias, ¿no?
—Sí, sí. Casi todas. Pero ese pobre muchacho… Me da tanta cosa con él, que Dios lo tenga en su gloria. Rubén me contaba que nadie hablaba con él…
—Pa mí que ese chamo ya tenía muchos problemas. O sea, si ustedes mismos dicen que no tenía atención por parte de sus propios compañeros, es porque no tenía a un amiguito aunque sea con quien hablar.
—No. Lo arrecho era las palizas que le daban. ¡Ajo! Esos sí eran golpes… Yo vivía cerca de su apartamento y casi todos oíamos en el edificio cómo lo agarraban a coñazo. Lo arrecho era que, en la noche, la señora le contaba todo al marido y ese lo agarraba a palo limpio otra vez. Esos duraban hasta bien tarde.
—Ay, sí… A veces faltaba días y se le notaba demacrado. Pero era un buen muchacho, ¿sabes? Él siempre que me veía me abrazaba, me decía que me quería, que tenía que darle clases. Siempre me daba un detallito. Yo nunca pensé que lo hacía por lo que pasaba en su casa. No sé… Nunca me preocupé mucho por él pero sí le hablaba cuando se me acercaba…
—Seee, mija. Horrible que era. Entonces un día, el chamo empezó a despedirse. A mí me dijo: “Profe, ya va a ver. Ahora sí voy a ser famoso”.
—Yo no vine ese día. Andaba muy enferma toda esa semana y apenas me reintegré fue cuando me contaron. Te juro que sentí que el mundo se me venía encima, más cuando Lorenzo me había regalado unos chocolates la semana anterior diciéndome que me quería.
—No, vale. Si ése se despidió hasta de los señores de la cantina. A mí me dijo que no cambiara la estrategia, que le gustaban mis clases aunque les sacara la chicha.
—No, sí. Ese pasó hasta con la profesora Rosa. Eso fue antes de la entrega de boletas. Sabes que los chamos se ponen cuidadositos y modositos con nosotros antes de la entregas porque ya saben qué es lo que les viene. Pero Lorenzo ya estaba planeando eso, se le notaba. El día de la entrega no vino al liceo porque tenía que cuidar a su hermanito. Un bebé de tres añitos en ese entonces.
—¿Eso fue en su casa, chamo?
—Sí, vale. Entrando la señora al apartamento… Imagínate cómo habrá llegado con la boleta en mano y las 13 materias raspadas de Lorenzo. Me dijeron que le dijo, cuando la vio llegar, que ahora sí iba a estar orgullosa. Y se lanzó por el balcón de la casa.
—Esa señora quedó bien dolida después de eso.
—Sí, sí. Creo que se mudaron. Pero Lorenzo se hizo famoso en el liceo por eso.