23 marzo 2012

brujulaLa brújula apuntaba en todas las direcciones. No fue sino hasta que la niña la perdió en el bosque cuando la aguja encontró por fin su norte

 

 

Foto: Difusión

Era medianoche. Le quedaba poca comida en el refrigerador lo que era el aviso inminente de salir de la casa y empezar a trabajar. Hacía ya unos cuatro días que no tenía nada de acción. Alexis se puso su traje, se puso un perfume caro cuyo efecto entre las mujeres era la principal razón por el cual lo había creado: una mezcla única cuya composición solamente él y sus antepasados conocían. Salió de su apartamento.

Vivir en una ciudad como esa en momentos como ese le hacían un poco difícil su labor: la policía, los supuestos testigos que dicen haber visto algo, la sangre en el pavimento, la nieve o en los charcos de lluvia. Todo ese interés y movimiento mediático por la simple desaparición de unas mujeres a las que nadie les importaba, o no lo suficiente. Su trabajo esa noche era simple: buscar a una hermosa dama, conquistar su corazón, luego su cuerpo, y por último su alma luego de guardar sus trozos en el refrigerador para impedir su rápida descomposición y olores molesto que atraigan a los curiosos. Ya sabía a quien acudir.

Alexis no era idiota. Siempre pensaba en todo de antemano: la chica, el lugar, la hora y el cómo. El por qué nunca quedaba claro para los demás pero para él era algo tan simple y tan divino a la vez como alguna vez lo vieron sus antepasados. Era parte de su doctrina, de su vida, de su religión, y sus necesidades motoras. Nadie comprendería eso: sólo pensaban en necesidades carnales o problemas psicológicos-emocionales que no venían al caso. Y un posible vínculo que conectase a Alexis con las chicas era completamente nulo: ni siquiera existía ese famoso amigo de un amigo que conocía al primo segundo de la víctima. Resuelto eso, sólo quedaba por empezar.

La última de ellas se hallaba fuera de casa esa noche debido a que tenía aún cosas por resolver en la tienda. Cerró en definitiva bastante tarde. Se había quedado con la intención de poner en orden las cuentas, papeles, y demás movimientos de la tienda. Salió cerca de la madrugada cuando el viento le llevó un aroma delicioso. Olía a perfume. Una combinación de químicos que no conocía con un elemento que sí conocía. ¿Flores? ¿Madera? No lo sabía con exactitud. Una figura se acercaba a ella desde la calle. ¿Era un vampiro? La silueta lo hacía pensar en un hombre pero no era demasiado alto, casi tenía el tamaño de ella. Por alguna razón no podía moverse ni pensar. Percibió un tacto cálido en su barbilla antes de unos labios sobre los suyos. El perfume olía demasiado bien. Cerró los ojos mientras su atacante pasaba a su cuello. Le iba a sacar la sangre, lo sabía. Sintió una punzada de dolor en un costado de su garganta. Le faltó el aire, la visión y luego el equilibro. Dos minutos después le faltó la vida.

Para la última ocasión, sin embargo, no había hecho demasiados estudios ni investigaciones. Incluso, a la mujer en cuestión, solo la había visto una sola vez en una tienda de antigüedades observando un espejo sumamente raro y costoso. Mantuvo distancia en el anticuario pero salió tras ella apenas ésta dejó la tienda. Al cruzar la puerta ya no estaba. ¿Cómo pensaba encontrarla esta vez? No lo sabía ciencia cierta, y arriesgarse así era una jugada demasiado peligrosa. Sin embargo tuvo el deseo de salir, así como el de sus mujeres de dejarse llevar al olerlo. Caminaba por las calles desiertas buscando una pista de ella; aunque la expresión correcta fuese que solo caminaba, la verdad. Sin embargo, la encontró, cerca de una estantería repleta de objetos de vidrio, cristal, plata y oro en la acera opuesta. Allí estaba.

Fue cosa del destino, o quizás de los dioses, dejó todo a un lado y se lanzó al otro lado de la calle. Ella se dio la vuelta alertada por tan repentino movimiento. Intentó correr, pero ya la había sujetado del pelo. Intentó alejarse, pero era más fuerte de lo que pensaba y ese olor a madreselva, madera, o lo que fuese causaba un raro efecto en ella, casi de sumisión. No lo entendía. No entendía cómo no podía alejarse de su agresor, cómo solo se le ocurría intentar aflojar ese nudo que era su mano agarrándole el pelo, cómo simplemente no gritaba y solo gemía entre asustada y molesta. Algo no estaba bien. Ella lo sabía y Alexis no se percataba de ello: pensaba en llegar a su apartamento.

Abrió la puerta y lanzó a la mujer hacia adentro con una fuerza que no conocía. Cerró con llave mientras ella corría hasta la cocina buscando la forma de huir o defenderse aunque ambos sabían que era totalmente innecesario. Las tripas le rugían y ya casi eran las 3 de la mañana. Entró a la cocina y la encontró frente a la cocina buscando algún objeto filoso pero Alexis fue mucho más veloz: le atravesó la yugular interna con una daga que siempre guardaba en los bolsillos de su traje antes de darse cuenta de lo que había hecho. Por alguna extraña razón había olvidado que quería ese espejo antiguo. La sangre se escapaba entre sus dedos manchándole el vestido, el pecho, las piernas y el suelo. Recordó el refrigerador, el hambre que tenía, la necesidad de expiar sus pecados, de alimentar su alma y su cuerpo. Vio hacia la ventana esperando encontrar respuesta de sus antepasados o quizás de sus dioses antes de caer desplomada en el suelo. Alexis había cometido el grave error de no saber contener sus deseos e impulsos.

macywood

“some days, i simply cannot contain myself” de Macywood