17 agosto 2010

Asesinato a 4 soles

Publicado el 16-8-2009

 

“El sol. Esa figura siempre ha sido el rey de todos los reyes en todas las religiones conocidas y, seguramente, por conocer. Claro. Es un cuerpo celeste imponente de fuerza heliónica representante de toda la esperanza y luminosidad en el mundo, nuestro mundo. Este mundo es uno donde el sol siempre está presente, es igual que el mundo de Isaac Asimov en su Anochecer, la diferencia radica en que el nuestro tiene cuatro reyes protectores que giran alrededor de nuestra órbita: podemos ver un nuevo sol cada doce horas, en total vemos cuatro amaneceres en 24 horas y ninguna oportunidad de ir más allá de cuatro atardeceres.

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Siempre me he preguntado cómo es realmente ese momento del día que describen todas las novelas que leo y que llaman “noche”, momento en el cual el sol es totalmente inexistente, donde no está, donde solamente es una ilusión que existe por doce horas aproximadamente y la luna es la única que se roba el show en ese teatro nocturno. Quisiera vivir una noche y no depender siempre de la esperanzadora luz solar. Pero si apagar un sol con un dedo es imposible, cuatro no son cosa fácil. Asesinar. La pregunta del millón sería cómo hacerlo. ¿Qué es lo suficientemente potente para acabar con la vida de un sol antes de que éste llegue a su fecha de vencimiento y no sea más que una esfera rojiza en el cielo?

Es hora del segundo sol del día. Llego a tiempo a la puerta de mi casa para ver otro atardecer e inmediatamente ver cómo un amanecer comienza a deleitar a aquellos enamorados que no se cansan de besarse y tocarse mientras el cielo se tiñe de dorado y pinceladas rosas. ¿Una capa metálica a manera de capa de ozono serviría? Es más probable cuatro eclipses solares simultáneos pero la idea es matar a los soles por completo y no ocultarlos tras simples fachadas… Además que no poseemos siquiera una luna. Se descartan las ideas anteriores por falta de elementos económicos y naturales. A menos que use algo ya existente y lo suficientemente letal para acabar con esas masas hidrogenadas: el viento.

Esto es algo que no todo el mundo acostumbre a ver, pero seré yo quien le otorgue ese privilegio. Le hago una reverencia al sol mientras sostengo una pequeña, indefensa y diminuta vela, copia accesible de aquello que robó Prometeo y utilizada, en raras ocasiones, para visualizar lugares pequeños o sótanos oscuros donde ninguna ventana permite la intromisión de esos rayos ultravioletas. Adiós, adorados (por otros) soles. Es hora de disfrutar de una noche eterna y de cuatro lunas simultáneas.”

En ese momento Leonora acercó una vela, no muy usada, a sus labios y la apagó. Una gran corriente de aire cubrió el mundo como si fuese un huracán de grandes dimensiones que sacudía, principalmente, a los soles, enfriándolos, robándoles su brillo y su fuego, apagándolos a la vista de muchas personas atónitas que en ese momento miraban al cielo con miedo en sus ojos; sólo ella disfrutaba del espectáculo que su boca había desencadenado. Transcurrieron 6 minutos antes de que todo terminase y apareciesen cuatro lunas en donde antes estaban los soles: ya ellos no existían, estaban congelados y no hacían más que reflejar débilmente una luz que provenía de un lugar lejano y desconocido de la galaxia.

El pánico que se apoderó, en ese momento, de todos los habitantes de ese mundo era incontenible: saqueos, gritos, llantos, algunos proclamando el fin del mundo, el apocalipsis; y otros que, como Leonora, salieron de sus casas para ver embelesados su respectiva luna. Mientras algunos corrían en busca de científicos, eruditos, doctores y astrónomos, otros, como ella, bailaron bajo la luna al son de un vals inexistente.

No había luz. Para un mundo que siempre está iluminado por soles, la luz pasa a ser algo minoritario: ¿para qué iluminar una calle que siempre está beneficiada por el sol? Más de uno fue a refugiarse bajo la luz de su propia luna mientras llamaba desesperadamente a su familia. Los nuevos animales nocturnos comenzaron a reír y festejar aquella noche que nunca habían visto. Leonora sonreía, una noche no es algo que se obtiene fácilmente y cada una de esas lunas la satisfacía enormemente: logró convertirse en una asesina que está por encima de la escala común y corriente además de cometer un crimen perfecto. Su arma: sus labios. El cuerpo del delito: una vela. Sus víctimas: cuatro soles. Ella, Leonora, logró lo que nadie antes se había atrevido a hacer y devolvió aquello que en un principio le pertenecía a los dioses: su fuego. Y sin embargo nadie la culparía de provocar el pánico mundial: sería una joven más bajo el oscuro que sostiene una vela apagada.

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