18 agosto 2010

Oníricamente perfecta 2/4

Publicado el 6-3-2010

- Por cierto, Yuuko-san, cuando dijiste que "el elenco estaba
reunido", ¿te referías a...?
- Al final, nuestro invitado era el fallecido. El papel principal fue
Interpretado por los espíritus y nuestro incitador de espíritus.
También protagonizó un exorcista de espíritus.
- ¿Y qué era Himawari-chan? También está en el elenco, ¿cierto?
- Ella sería… ¡Secreto!
Watanuki y Yuuko en "Luz de lámpara (capítulo 10)" de xxxHolic
 
El otro día había visto a una verdadera muñeca cruzar la calle. Era ese tipo de calle en cruz donde los automóviles pasan con o sin luz roja a casi cualquier dirección. Casualmente, ella y yo estábamos del mismo lado de la acera junto a otras dos personas más: una vieja y su nieto. Esperábamos el cambio de la luz roja peatonal a la verde pero preferí enfocarme más en la chica que en el semáforo. Me llamó la atención el tamaño de sus audífonos: eran muy grandes para su cabecita, ya que ella, de por sí, era pequeña y delgadita, menudita como se diría, y esos audífonos eran casi del tamaño de los que usa un DJ. Ella debía medir 1.60m aproximadamente, llevaba una falda verde y larga hasta los tobillos, un poquito por encima de sus sandalias negras de tacón. Muy bonita la falda, no sólo por el estampado dorado que llevaba como líneas que iban de un lado a otro sino porque resaltaba mucho su cadera y sus nalgas bien redondas y firmes de modelo porno. Si alguien me pidiese describirlas tan sólo dirían que son perfectas, ni muy planas ni vulgares. Su camisa negra era de tiras: podía ver un tatuaje en forma de estrella cerca de su cuello. Pechos pequeños, como los de una niña de 14 años. Su cara era lo que delataba su edad pues, a pesar de no tener ni la más mínima imperfección, me hacía pensar que debía tener entre 22 y 24 años. Tenía un aro en la ceja izquierda y un piercing cerca de los labios. Cabello negro, apenas por debajo de la barbilla. ¡Sexy que salió la muchacha! Esos audífonos le daban mucho estilo a pesar de estar vestida semi-formalmente.
Luz verde. No me había fijado en ello. Había algo en ella que me atraía, que me hacía querer plasmarla en la memoria: desde su ropa y color de piel hasta la cartera negra de cuero que llevaba. Me convertí en una especie de perseguidor cuando me di cuenta que íbamos en la misma dirección hasta que… dobló en una esquina. Escuché un pitido largo, un poco radiofónico y grave. Era hora de irme al trabajo.
Los siguientes días fueron bastante comunes y corrientes a cualquier otro hasta que volví a ver a la chica de los audífonos nuevamente en el cruce. Llevaba, otra vez, el mismo atuendo y sus audífonos tan llamativos (a pesar de ser negros). Esta vez sólo había otra persona con nosotros esperando al semáforo: un borracho. Su olor a ron no me permitía captar el de ella (quería seguir grabándola en mi mente) así que esperé el cambio de luz para seguirla e intentar acercarme a ella. Quizás un “buenos días” funcionase. Pero por alguna razón no podía acercarme; nunca fui tímido, en lo absoluto, ¿por qué c0ñ* no podía hablarle?
Luz verde. Ella dobló su esquina. Otra vez sonaba el mismo pitido, como si proviniese de unos altavoces. Quizás era mi frustración la que buscaba un sonido con el cual quejarse.
- Te juro que la vi
- Está bien –me respondió Carlos, mi mejor amigo- ¿Perdió su zapatilla o algo así? ¿Cómo esperas encontrarla en una ciudad tan grande?
- Puedo preguntar en las tiendas electrónicas donde vendan esos audífonos, quizás alguien la recuerde
- ¿De qué marca son los audífonos? Y aunque lo supieras ¿conoces la cantidad de tiendas, lugares, personas, que pueden venderlos? ¿Qué pasa si su novio o un primo se los regaló?
Tenía razón. Las posibilidades de encontrar a una chica así eran muy bajas. No podía buscar a una sola persona en una ciudad con más de 4 millones de personas y donde más de la mitad son mujeres. Qué imbécil soy. Lo que me quedaba era esperar a volver a verla y, sin embargo, era casi imposible coincidir con una persona determinada en un cruce específico por 3ra vez. Pero, días después, volvió a aparecer: la misma chica, la misma ropa, lo mismos audífonos, el mismo cruce. Solos ella y yo, sin borracho ni viejecita que me impida hablarle. ¡Excelente!
Creo que mi sonrisa de triunfo fue muy obvia: ella volteó a verme. Tenía ojos negros. Miró a los míos directamente mientras sonreía. Se veía muy bella sin embargo mi corazón comenzó a latir mucho más rápido de lo normal: no era alegría sino otra sensación… un poco desagradable. Una pequeña (pequeñísima) parte de mi mente estaba contenta mientras la otra gritaba. Luz roja: dejó de sonreírme y cruzó la calle. La veía fijamente como si estuviese hipnotizado; ya me dolía el corazón por cómo latía. Estuve a punto de seguirla y cruzar la calle sin darme cuenta en verdad de lo que hacía. Era como si ella…
- ¡… dos estampitas por mil bolívares! ¡Tienen a Santo Tomás de Aquino, a la Virgen María, el Niño Jesús, el Sagrado Corazón de Jesús, José Gregorio Hernández y San Miguel Arcángel! Repito: ¡Dos estampitas de santos por mil bolívares!
Una vieja gorda, morena, a la que le faltaban unos cuantos dientes, estaba en un extremo del vagón dándole a los pasajeros una estampita de un santo junto a otra para enamorados mientras caminaba y promocionaba su mercancía (<<¡… en donde tiene a “Silvestre”, Piolín y a “Tazmania” con una hermosa dedicatoria a mil bolívares! ¡Y si se llevan las 2 estampitas de santos: todo les queda en 1500 bolívares! Una tarjeta para su novia o novio y sus dos estampitas de santos que pueden poner en el altar, la cartera, el bolsillo…>>). Me impresionaba el hecho de poder moverse entre tanta gente teniendo en cuenta la hora que era. Me dio las 2 estampitas de santos y otra de Piolín para que las viese mientras se dirigía al otro lado del vagón. Escuché el pitido del metro anunciando el cierre de puertas cuando, en poco tiempo, la voz de la operadora anuncia “estación: los dos caminos” y la vieja recogía las estampitas de las manos de aquellos que no quisieron comprarlas... yo incluido.
Recordé la sonrisa de la chica de los audífonos y miré a los lados esperando verla. En ese momento supe que jamás volvería a cruzarme con ella.

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