18 agosto 2010

Ella 4/4

Publicado en el 7-2-2010

 

Recuerdo que Ella tenía un extraño ángel a su lado, o quizás era ella misma un ángel. Poseía el don de enamorar a quien sea, incluso a los desconocidos. A estaba loco por ella al igual que los demás. B y D siempre estaban a su lado, eran sus mejores amigas. ¿Yo? Soy C y no hago parte de ellos: solamente soy y siempre fui una nota discordante, el tercero (o quinto, en este caso) en una conversación, un agregado. Pero Ella me quería como si fuese uno de los suyos.

También recuerdo el día que A intentó robarle un beso sin poder lograrlo: hablaban sobre el amor. B y D tenían la firme convicción de que eso no era más que una falacia y una mera ilusión, una propaganda inventada con el fin de distribuir el masoquismo a grandes cantidades bajo la premisa del inmenso placer que produce un corazón roto. Era extraño que dos mujeres tuviesen esa ideología: quizás influyese mucho el hecho de que D, la hermana mayor de Ella, tenía la suficiente experiencia para hablar de algo que conoció por sí misma, mientras que a B le han destrozado el corazón las únicas dos veces que lo ha entregado completo.

Ella y A luchaban para proteger esa imagen pura, casi rosa, pero ideal y perfecta de lo que alguna vez se consideró el amor. Era entendible por qué A estaba de su lado, mientras que Ella defendía esa idea del amor como algo real, incluso tangible, y tan frágil que podía ser asesinado con tres palabras a plena luz del día y a la vista de muchos. Yo sólo oía hasta que B se aburrió de la conversación y se llevó a Ella de compras, salvándola de la cercanía de A, dejándonos a D y a mí continuar con una conversación que, sin la presencia de Ella, no tenía más trascendencia que la ropa de B.

Un día Ella se puso su vestidito blanco, dispuesta a dar ese paso en el que creía: entregar su corazón. Para mi sorpresa era yo el destinatario de ese regalo.

- Te quiero. Siempre lo he hecho.

- …

No pude decirle nada. ¿Yo, la quinta nota discordante de su pequeño mundo, el dueño de su corazón? Las palabras se quedaron atascadas en algún lugar de mi garganta. Por alguna razón no podía responder a lo que ella me decía: me quedé congelado. Mi silencio se hizo demasiado largo, lo suficiente para ver en cámara lenta cómo su corazón se destrozaba ante mis ojos: incluso llorando se veía hermosa. Su vestido blanco se tiñó de un carmesí brillante que le daba el aspecto de un ángel herido, un ángel muerto: había un agujero en su corazón que lo atravesaba completamente. B y D estaban aterrorizadas: lloraban ante ese cuerpo sublime en la arena; A me golpeaba con toda su ira al ver cómo el corazón que él deseaba era entregado a alguien más y cómo era rechazado en ese mismo instante. Me golpeaba por atreverme a destrozar el amor de quien él amaba, por atreverme a querer entrar a ese pequeño mundo, por querer ser más que un agregado. Era mi culpa.

No pude decirle nada, incluso cuando la visité llevándole un ramo de girasoles. ¿Podía haber cambiado su destino con sólo tres palabras? Entonces ella estaría a mi lado sonriendo, no existiría ese maldito recuerdo de su lágrimas, de su sangre tiñendo su vestidito blanco, ni la .45mm abandonada en el mar. Seguiría siendo un ángel que confía en el amor, un ángel que su corazón a sólo un agregado: a mí.

- Te quiero. Siempre lo he hecho.

- Yo te amo. Siempre te he amado.

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